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Reseña de la periodista y escritora Enriqueta de la Cruz: "Aire sin humos de la consciencia verdadera"

Aire sin humos de la consciencia verdadera
                     (publicada por la revista Alkaid Ediciones - ver AQUÍ )

 Por Enriqueta de la Cruz


                                                                                            
Comienza un poeta… a darse a la luz. Armando Silles McLaney pare este primogénito poemario, lo hace nacer en busca de “aire verdadero” en un contexto irrespirable social y humano, que nos asfixia como género, como naturaleza. El título nomina, determina, centra la esencia de la esencia. No oculta intenciones.

Es la suya una poesía contemporánea comprometida y vivencial, que partiendo de influencias diversas: los más antiguos pensadores y sabios, los más clásicos, los vanguardistas, y hasta los poetas malditos, consigue una singularidad, una voz propia, el sello original de un artista culto de lápices amueblados y deseos logrados de originalidad creativa. Poesía, pues, de referencias amplias, necesaria en tiempos de alienación del yo, de aturdimiento ante el mundo, de insolidaridad ante los otros, de egoísmos y ceguera, de falta de cariño y cobardías.

Son estos poemas de Aire verdadero creaciones para sentarse a leer y releer, tomarse tiempos y descansos para la reflexión; para jugar a adivinar lo no dicho y desplegar sus repliegues de suprema aparente sencillez que penetra en las fragilidades del ser, en la preguntas intimas cuyas respuestas a veces el creador sentencia como maza y otras, deja en inquietud, despertando siempre la dormida preocupación. Son poemas de sabor múltiple, de juego de contrastes, en este todo poliédrico que es la propia esencia de la vida.

El poemario de Armando Silles McLaney, sólido, directo, sincero, austero, emocionante, profundo, es también dialéctico: no se pliega en sí mismo, sino que nos reta a completarlo, a acabar en nosotros o empezar más y recomenzar en el consiguiente e inevitable despliegue y desorden de su trabajado orden, misión de todo lector y, por lo tanto, crítico y co-constructor, hasta llegar a nuevas síntesis…

Es reto como guante lanzado para la libertad, que podemos tomar o no, escuchar o no. Pero reto lanzado por el poeta como hombre que, rememorando, tal hace él mismo, a Goytisolo, canta, satiriza o ama, al hombre, su reino. Y es, por tanto, una obra humanista. Lo analiza, al ser humano, desde su experiencia propia y mantiene las distancias y precauciones respecto al otro, que no acaba de implicarle siempre, aunque le complete y le explique.

Poeta de diversas resonancias como queda dicho, Armando devuelve con su obra a nuestra consciencia adormecida el pensamiento huido. Poeta de tornasoles que sacuden nuestra indiferencia cotidiana, nos lanza al vacío y nos recoge en un abrazo cariñoso, en una sonrisa, en una mirada que nos proyecta nuestro verdadero yo, para finalmente, sin comprometernos, lanzarnos al viaje y al camino. Esta lectura nos sobrecoge y marca y rememoramos versos, palabras que ya nos hacen otro.

 “Viaje es la gran metáfora de la curiosidad humana –nos dice el autor-, de su ansia por el contacto con el otro, de la relación de amor y odio simultáneos hacia sí y hacia los demás”. “Para viajar no hace falta salir de casa o las fronteras, pero sí salir de uno mismo, arriesgarse en paisajes hasta entonces desconocidos y quizá por ello hostiles, pero que siempre te hacen ser otro”. Es lo que nos propone, es lo que consigue.

Diferentes etapas de la vida del autor, experiencias y sentimientos, pasean a sus anchas por este poemario que, pretendidamente circular, ha querido conformarse en espirales, ya libre de las manos del componedor.

La soledad, el vacío, el desgaste, la verdad por encima de eufemismos y paños calientes: “estamos solos, y nos contamos un cuento”, asegura el poeta… La vida hostil o cierta; inconformismo, miradas desde la penumbra, desnudos descargados de sentimentalismos en pro de la comunicación poética pura de un ser que se adivina reservado pero ha necesitado salir a contar, a explicarse, a mostrar su compromiso con otros seres, su crítica al ajeno que destruye… Y sus obsesiones. Sentimientos y sentido, rebeldía “alegre” y asombro de la vida; canto a la libertad.

Armando S. M., con este poemario nos muestra y ordena y desordena el mundo, nos sirve autoreflexión, consciencia del ser, y los grandes temas universales vistos desde una perspectiva única, a tramos inquietante.

El poeta, no como esos “poetas locos” que él cuenta y a los que canta, sino muy cuerdo y autoconsciente, nos concentra la atención al modo del drama de Beckett, en instantes. Sentimientos descarnados, aspiraciones, dudas o intensas máximas, en escenas, en momentos, en instantes. Telar o urdimbre, recorrido sordo a los ruidos necios de falsas implicaciones que confunden nuestros caminos. Firme en su determinación del libre máximo, del “albedrío libérrimo”.

La construcción y el artífice

En una secuencia de pronombres, empieza el poeta por mostrarnos su yo más carnal y descarnado, desasosegado por la imposible certeza, por la insoportable levedad del ser que ya nos mostrara Kundera en su obra con este título. Comienza por confesarse a modo russoniano, algo que no abandonará de un modo u otro a lo largo de las páginas, un recurrente en adelante, para poder comprender y desnudar otros pronombres que le complementan: los ciertos, los ancestrales, los anteriores, los actuales, los carnales, los fantasmas, los que esperan el encuentro con estos versos para los que ha utilizado los mimbres de palabras justas, precisas

Con cadencia musical que recuerda a Satie, con esos tonos de aparente sencillez que ocultan la complejidad de la composición y del mundo, nos habla el poeta con descaro de lo feo y de lo bello y el armónico de algunos de sus versos aparentemente placidos, se rompe en otros llenos de claroscuros, de sombras, de “estancias vacías” y de interrogantes de porvenires.

Poeta de miradas, iluminador de detalles, traslada la escena-vida desde distintas perspectivas a la manera del Micromegas volteriano o el inquieto profesor del Club de los poetas muertos que provoca en sus alumnos la pasión de subirse a las mesas, leer (acto revolucionario donde los haya) y practicar honesta y vivamente el Carpe diem de Horacio.

Pero con calma. Es Armando S. M. poeta de calmas y no de prisas: “matices delicados, de colores, de luces y de sombras íntimas”, desde “privadas estancias, miradas calladas” que “sutiles, invitan a otra vida”. No le gustan al poeta sino las “sombras deleitosas”, el aire leve de ligero perfume. Los flashes, el sol deslumbrante, le impiden ver.

Su poesía es premeditada, trabajada, sin mucha concesión al azar, a la improvisación, que no se deja expresar en sinrazones emocionales, en emociones primarias más que cuando la primavera de su sangre o la contemplación de risas y el sonido de llantos infantiles o el amor a los suyos, le desborda. Entonces acaricia la palabra con la brisa de sus vuelos espontáneos.

Es Armando un poeta que reclama en sus inspiraciones los referentes de la infancia, su patria lejana omnipresente, su picardía inocente, su pequeño ser de niño cumplido de mil ojos despierto que observaban ya la vida con mirada de verso. Es poeta que se siente el héroe superviviente del roce con sus semejantes, que tras cruzar por “peligros y por tiempos, por hielos y calles oscuras” sigue con su  “mirada cándida”, su “sonrisa abierta”, “los miembros mutilados”, “dolido”, pero “amante, sensible”: “sonrío y sigo”, nos dice.

Es poeta y hombre capaz de superar el vértigo de la mirada en el espejo, donde aún se reconoce. Hombre que pisa tierra pero hombre de búsqueda, que, sin ilusiones de eternidad,  espera el definitivo complementario, la comprensión del todo en su recomenzar al final del camino: “cuando rebosado de mí y repleto de mis neuras, esté nuevo y puro, entonces vendrás tú” Y entonces, resurgir desde todos los combates de la vida y tras abrir todas las puertas de lobo estepario, y respirar el aire verdadero de uno de sus poetas referentes, José Agustín Goytisolo, que da nombre a este poemario.

Armando se muestra en estas páginas un hombre complejo que ama, sin embargo, los placeres sencillos de hombre, que comprende la esencia, que se resiente del daño y que guarda celosamente secretos únicos, reservas, ya que pese al pretendido desnudo que supone una obra creativa y más, poética, solo nos muestra pinceladas de sus complejos caminos, como si este completo libro abierto, sea apenas un prólogo de lo que aún nos tiene que contar.

Son las estancias de este poemario habitaciones íntimas que invitan a saber más, reflexiones originales y propias que quieren ser completadas aunque parezcan cuestiones cerradas, inflexibles en lo importante: lo eterno humano donde apenas muestra dudas, solo asombro y un seguir constante, consciente y consecuente.

   Obstinado en sus leit motiv: la libertad, las certezas, la comprensión del tiempo que le atenaza y de la vida entera que comprende trágica alegría, dualidad, incertidumbre desasosegante, nos ofrece dilemas y profundidades, abismos a los que debemos asomarnos si queremos comprender.

Vivir, seguir, sufrir, disfrutar los momentos antes de que se consuman en la nada. Lo demás es una incógnita. No existen más seguridades que éstas ni más posibilidades que militar en la denuncia de lo podrido, ser parte de la rebeldía frente a peligros y otras locuras que nos amenazan.

La denuncia, la rebeldía y el vértigo

La comprensión de la esencia de la vida, la mirada efímera como gota de lluvia clara, calan en este racimo de poemas multicolor y sonoro de este poeta que ama los mapas y el viaje, le importa la escuela, la esperanza y los orientes, que no es taxativo en la imposición de nada, que es de sutilezas y no de machamartillo, que odia la estupidez de la “España chabacana” que le repugna y a la que dedica un poema, de los muertos de las cunetas, que no olvida. Que denuncia y escupe la indecencia de dejar a medio mundo atrás para “avance” miope del otro medio, “gente que ignora la otra mitad” que dijera Lorca y tal como Armando cita, pues él también observa triste e indignado esta realidad y es el denunciante esas oficinas con sus luces frías, donde “se roban realidades, se abren expedientes, se organizan los despidos…”, se trueca la realidad por otra...

Espacios vacíos de humanidad, llenos de explotación del hombre por el hombre, esos compañeros del camino consumido ya o en el horizonte. Voz auténtica de militancia poética lorquiana en estos versos el poeta, con reminiscencias de otros narradores críticos y sociales como Sampedro o Saramago. Voz contra los abusos y los vacios de nuestra sociedad de capitalismo predador y tétrico, asesino.

El desasosiego y el peligro inútil suicida de ese género irracional que es el género humano, género de la naturaleza que no respeta, que se sirve de muerte nuclear para vivir un rato sin pensar en las huellas estúpidas que deja tras de sí, que es humillación que ya hizo mella y se cobró a dentelladas de monstruo creado, carne y esperanzas, el no control. Son temas que desesperan al poeta.

   Hermetismo y provocación se dan la mano en su obra; notas de homenaje a los poetas malditos sin sucumbir al vértigo de la vida bohemia y trágica, autodestructiva, donde apunta el autor maneras y modos que indican que haya podido hacer incursiones exploratorias, pero donde no se queda, pues puede la razón de lo que comprende claramente: la paz, la calma, el sosiego, los placeres mundanos ancestrales, el disfrute carnal, las características de sus arcadias particulares que pisan tierra, acotan los peligros, temen desbordarse, o evitan los deslumbramientos excesivos, simplemente turbadores.

Transgrede el poeta y, al tiempo, dualmente, acata las normas establecidas, como la evolución de sus versos muestra, esa resignación en el seguir: no puede hacer otra cosa. Pero el poemario, con el pretendido círculo o la redondez que alcanza, que consigue, no cierra la puerta a nuevas contradicciones e incursiones, a otros abismos a los que el poeta haya de asomarse desde el renacimiento, antesala de lo próximo, esas nuevas exploraciones machadianas.

En Armando se dan las preguntas de Heráclito en su búsqueda, no importa que tenga que entrar en el río revuelto de la existencia, para asirla como pez escurridizo y procurar interrogarse una y otra vez sobre si son las mismas aguas o distintas las que le-nos bañan, aun sabiendo la respuesta, quizá, como todos, que no queremos ver…

Sabe de antemano de la armonía de los opuestos que le construyen, que el contraste y la oposición son el mismo principio de concordancia, armonía y unidad de las cosas que andan dispersas, desasosegadas, en búsqueda de la reunión y el reposo. Por eso espera. Pero no es un esperar pasivo. Mientras, la búsqueda constante, el caminar, la confirmación única de cada hombre, sus conclusiones, asomándose a esos lugares, simas de vértigo, que constituyen al creador, al artista, al constructor de espacios poéticos. Plácidas estancias íntimas llenas de amor y desamor, de sorpresas y también, esos vacíos que deja cualquier experiencia profunda al cumplir su misión esencial del terminar eterno o la espera en la duda. Tiempo y vida, palabras especiadas de sabores y dudas, y certidumbres que no consuelan. Carnalidad, fotografía, partos, mutaciones, chispas de futuro, pero, sobre todo, concentrar preguntas y respuestas profundas, algunas de éstas, sin cerrar.

Caminante machadiano

Continúa la obra con sus pensamientos de quien camina sin certezas de finales de senderos, interesado como don Antonio Machado en ser recordado humildemente, por la determinación de quien intenta y sigue. Continúa para adentrarse más tarde en su rebeldía, los “asuntos malolientes” y el peligro de la ingenuidad del ser que tranquilamente espera sentado encima de un polvorín creyendo que “todo está bajo control”. Sabor orwelliano y de cronista de época al modo galdosiano de hoy, en estos versos de poesía social, de crítica rotunda y mordaz, como la que representan sus reflexiones sobre los peligros de las centrales nucleares.

Más adelante, el poemario, este Viaje a Oriente particular cede un espacio a “los poetas locos” y hasta malditos, que cumplen sus curiosas características hasta las últimas consecuencias. Y con reminiscencias de otros insomnes, nos adentra en oscuros tan ciertos como la certeza del hombre despierto que no puede más que ser comprometido y resistente, combatiente por todas sus costuras, hasta tanto que el propio poemario se nos muestra ello, eso, con ese afán de toda creación que implica asomarse a abismos.

Y cierra con un “Epílogo”: “Arcadias”, tan filosófico como rotundamente mundano, resolutivo a lo Rabelais, de Gargantúa y Pantagruel. Hombre de pocas psicodelias, de búsquedas de paraísos perdidos de infancia, de mares de interrogantes donde bucear calmo, seguro… interprete de la armonía visible de los orígenes, Armando se muestra finalmente como un degustador de la vida, un hombre que pese a todo ya sabe y ha probado mundos y respira lo que es en realidad la piedra filosofal, la alquimia más pura, la fuente de la sabiduría y, en definitiva, el aire verdadero.

Buscador de certezas inabarcables que se hunde en desencuentros, resiente el engaño y los fuegos artificiales de esta complejidad mundo y nos muestra un final aparentemente conclusivo. Pero deja un reto al lector al que se dirige como si hablara consigo mismo: “Elige”.

Círculo, Elipse, reconfirmaciones, renaceres y resilencia constante de un poeta que no se llama a engaño, pero que es capaz de sorprendernos e ir en pos de nuevas razones a lo irracional eterno, a lo imposible, como es la certeza, la locura, como es el amor. En pos de la Utopía.

Frente a sus certezas: estos paraísos del humano vivir que nos atraen como imán, que nos atrapan y nos calman: el mar, el libro, los besos, una buena comida, una siesta, una copa…  Armando S. M. es también el hombre que no se para. Nuevos asombros de nuevas experiencias del camino que le llaman, constituirán, sin duda, materia para nuevas creaciones que podremos disfrutar en adelante.

El poeta continuará, como todos los locos poetas que pese a las amarguras y consciencias quieren cambiar el mundo con las espadas más poderosas: la palabra, la belleza y la pluma que las ordena, y aún esperan que alguien escuche, lea, comprenda, esos que están destinados a ser eternos. Y hasta el término medio de Confucio, Goethe desde la tumba, les dice: “amo a los que sueñan con imposibles”.

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